por José Miguel Ahumada. Juventud Socialista. Cientista Político. (Revista "Masiva")
Es ya un lugar común de la Izquierda la afirmación relacionada con la caída de la URSS y el fin de un proyecto radical de transformación social. “Tras el diluvio” (parafraseando a Paramio) del fracaso de los socialismo reales, la Izquierda no sólo quedó sin su promesa de redención, de cambio absoluto de los pilares de la sociedad, sino que también aceptó el discurso dominante, aceptó los parámetros de acción, y aceptó las esferas donde podía el proyecto de Izquierda intervenir y dónde no. Tal como afirmó una vez un amigo (en términos quizás “poco rigurosos”),“nos tocó bailar con la gorda… sólo que nos agarramos a la gorda, nos enamoramos de ella, tuvimos hijos y envejecimos juntos”.
Tras este suceso, la Izquierda –tal como lo vemos en Chile- se insertó en la matriz liberal de concebir lo político, circunscribiéndose en este contrato y delimitando su marco de acción. Las exigencias del individuo ciudadano se realizan a través del Estado y éste vela por garantizar los “derechos individuales” que aseguren su “libertad” (libertad entendida desde el liberalismo como “no interferencia”), lo que implica que dicho complejo institucional estatal vela por mantener la estabilidad dentro de la “sociedad civil” (espacio donde reina la libertad individual supuestamente) y se constituye como el espacio donde se realiza la –palabras de Lipset- “lucha de clases democrática” (sea lo que signifique eso), sociedad civil como espacio de los intereses privados, y Estado como ente colectivo de resolución de conflictos: es quizás esa la distribución de roles en esta matriz.
Tal como afirma Claus Offe, “El modo más destacado en que se media esta relación mutua en el Estado moderno es el proceso político democrático. La política democrática es el puente entre el ciudadano y el Estado. Sólo necesito apuntar aquí a los eslabones a partir de los cuales se construye ese puente: las libertades civiles y derechos políticos atribuidos al ciudadano individual, el principio de la mayoría, partidos políticos, elecciones, parlamento y ejecutivo estatal.” Este conjunto de procedimientos en los cuales los ciudadanos eligen unas determinadas elites políticas para gobernar los asuntos civiles, es el límite esencial de la democracia liberal, este puente “procedimental” es un pilar fundamental que mantiene en pie la distribución de roles de la matriz política demo-liberal, y que da los marcos dentro de los cuales se puede “administras el conflicto”......(Ver todo el documento)
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La izquierda como propuesta de transformación radical ha devenido –al momento de insertarse en esta matriz, de hacerla suya, y de autolimitarse a actuar en dichos límites- en un conjunto de exigencias, de ideas -no ideologías-, valores normativos y políticas públicas para administrar el Estado liberal, para generar un conjunto de acciones (“policies” en inglés) o “outputs” del Estado para, generalmente, fines sociales, asistenciales, o para crear normativas que regulen ciertas acciones que ocurre en el mundo “civil”. Izquierda ha devenido en “más Estado” o en el peor de los casos “más regulación”, dentro de los roles asignados por la matriz demoliberal.
Lo anterior no es menor, la reducción del proyecto de izquierda a un cierto tipo ideal de “Estado de Bienestar” si bien es positivo (¿quién se opondría a más gasto social en educación por parte del Estado o más regulación laboral gubernamental aparte de un añejo liberal hayekiano?), elimina cualquier crítica posible a las grandes estructuras sociales que modelan el país. Circunscribirnos a dichos límites, considero, implica transformar a la Izquierda de un proyecto democrático y radical a un conjunto de políticas públicas liberales-asistencialistas. El consenso en torno a dicha matriz genera prácticas tecnocráticas por parte del aparto gubernamental, ya que los fines estructurales como sociedad ya están dados (en el caso de Chile, sin duda el equilibrio macroeconómico y el crecimiento son ejemplos evidentes), y sólo basta buscar la eficiencia con un toque de políticas sociales.
Así, por un lado la “izquierda asistencialista” buscaría dentro de los marcos estatales soluciones a problemáticas sociales, para posteriormente fluir dichas políticas a la sociedad, mientras que por otro lado, la forma de entender el rol de la izquierda impide, desde esta perspectiva (hasta epistemológicamente hablando), ver en la sociedad civil una estructura social particular, con sus propias lógicas y mecanismos de reproducció. Esta visión sólo observa un conjunto de individuos libres aislados con demandas ilimitadas en una situación de recursos escasos, donde ciertas desigualdades deben ser paliadas por dicho aparato estatal. Sociedad civil es entendida como la “ciudadanía”, “población” o, tanto desde la izquierda como derecha, como el espacio de la libertad individual. El Estado por el contrario es visto por la izquierda como un agente activo que debe asegurar un mínimo de equidad y por la derecha como un agente que debe dar los marcos legales para asegurar el libre accionar de cada individuo (al más puro estilo lockeano). Es hoy día en este campo donde la izquierda debate con la derecha, punto de desacuerdo dentro de un gran acuerdo implícito, la matriz liberal.
Michel Foucault criticó dicho acuerdo, dicho consenso, dicha forma de entender la política encerrada en los marcos del Estado y nos mostró que en cierta forma, las teorías contractualistas en el cual los individuos dan (cual mercancía) el poder a un soberano, impiden vislumbrar el conjunto de dispositivos de poder que ocurre en las bases mismas de la sociedad[2]. Las estructuras de poder no sólo yacerían en el Estados, sino en ese conjunto de instituciones disciplinarias locales, que construyen sujetos, construyen a los grupos subalternos (cuestión muy parecida con lo que Gramsci escribiría en “Americanismo y Fordismo) y hacen de dichos grupos “política sumisos y económicamente productivos”[3]. En términos generales por lo tanto, el consenso liberal dentro del cual se circunscribe la izquierda impide ver dichos conjuntos de instituciones (fábricas, colegios, universidades, espacios sociales, etc.) como problematizables, como formas de ejercer poder naturalizándolos.
Dicho conjunto de aparatos de poder tácticos se articulan en grandes estrategias de poder, se articulan hoy, en plena sociedad burguesa, en el principio elemental de dicha sociedad, la acumulación de capital. Siguiendo de nuevo a Offe, la matriz liberal de la que hablo es mejor conceptualizada como una “matriz de poder social”, o sea, el espacio que impone los límites de acción al poder político formal, el conjunto de asimetrías sociales existentes en el ámbito social y que no tiene relación directamente con factores cuantitativos (acceso a bienes de consumo), sino con factores estructurales, posesión del control de medios de información, que determina las formas en cómo se distribuyen las verdades (especie de “economía política de la verdad”), el control de los factores productivos (control de la tierra, control de la fuerza de trabajo, y control de los recursos tecnológicos y de conocimiento), control del saber (centros educacionales, institutos, etc.) control de los espacios (cómo construimos nuestros espacios, en torno a qué lógicas, qué dinámicas).
El consenso liberal que ve el poder en sus límites formales no permite a la izquierda poner en duda dichos controles que se manifiestan en aquella matriz, sólo permite hacer uso de los poderes formales para menguar sus efectos, pero no eliminar su control, no permite lleva la democracia a dichos espacios (habar siquiera de participación de los trabajadores en torno a qué se produce y cómo en las fábricas es hasta en nuestro partido casi un sacrilegio, todo es posible reducir a mejor políticas asistenciales).
Un socialismo que vea en la ampliación democrática su esencia no puede considero, mantenerse dentro de estos límites formales. La socialdemocracia defiende dichos marcos formales esencialmente; el corazón del proyecto socialdemócrata consiste en crear un Estado de Bienestar dentro de dicha matriz, cuestión que para nada es negativo (de hecho debe incentivarse a su realización), pero en la medida en que sea visto como un medio, un dispositivo que nos permita genera la base material para aumentar el control social sobre las esferas que ejercen un control material sobre el sistema político y poder decidir no sólo qué elite queremos que gestione el aparato gubernamental, sino qué queremos producir como sociedad, a qué ritmo, cómo administrar nuestros espacios, cómo distribuir el saber (qué saber?!). Ese, considero es un proyecto realmente socialista-democrático, pero sólo en la medida en que puede superar los marcos formales e insertarse en ese compleja red de poderes que a primera vista nos parecen naturales.
El socialismo es por lo tanto, la toma de los espacios, su reconstrucción. El real “empoderamiento” (palabra casi cliché hoy en día) consiste en generar espacios de decisión popular en aquellos espacios donde antes no existían y estaban sujetas a lógicas particulares (privadas, de ganancia, mercantiles al fin), consiste por lo tanto, en devolverle la voz a los subalternos y que puedan optar por sí mismos qué tipo de vida crear. Lo anterior implica la constante desmercantilización de los espacios y sin duda encierra una contradicción con la lógica de acumulación privada, conlleva a descodificar en términos mercantiles la tierra, la fuerza de trabajo, las herramientas de producción, los espacios y el saber, consiste en deconstruir el piso social y material donde se hacía posible la acumulación, es democratiza la sociedad desde sus pilares.
Si Karl Polanyi en su ya clásica obra “La Gran Transformación” planteaba que no hay economía de mercado sin sociedad de mercado, al momento en que proponemos democratizar la sociedad (descodificarla de sus términos mercantiles) proponemos el fin de la economía de mercado[4], y proponemos la reapropiación de dichos espacios de control (antes nombrado) por la gente “común y corriente”.
Lo anterior nos recuerda la estrategia gramsciana de “guerra de posiciones”, de construcción de un sujeto social nuevo y dirigente antes de ser dominante, y nos llama a atacar los pilares de la sociedad en sí mismos más que a hacerlo vía el consenso liberal de la asistencia estatal. Socialismo por lo tanto, debiera volver a su discurso de “Poder Popular”, de construir nuevas formas de poder, más allá de los marcos formales, por lo tanto hacer que el socialismo rompa con la matriz de la que vive, que el socialismo vuelva a ser un proyecto de transformación social y no un conjunto de políticas públicas, que cuestionemos, en último término, el lugar donde ha descansado desde hace diecisiete años nuestro Partido.
[1] Offe, Claus, “Contradicciones en el Estado del Bienestar”, Alianza Editorial, 1990,
[2] ver Foucault, Michel, “Defender la Sociedad”, editorial Fondo de Cultura Económico, 2001.
[3] Foucault, Michel, “Vigilar y Castigar”, editorial Fondo de Cultura Económico, 2003.
[4] Hay una diferencia entre el fin de la economía de mercado que eliminar todas las formas de mercado en una sociedad. Cuando el mercado deviene en el principal mecanismos de coordinación social podemos hablar legítimamente de “economía de mercado”. Cuando ciertos espacios están sujetos a intercambios de mercado sin ser el principio ordenador de una sociedad, no podemos hablar de economía de mercado.
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