Pierre-Antoine DELHOMMAIS (Le Monde – 23/01/2008) - Traducción del francés de Luis CASADO
En la historia económica y monetaria habrá un antes y un después de las subprimes. La crisis de los créditos inmobiliarios acordados en los EEUU a hogares modestos y poco solventes no se limita a enviar al piso los índices bursátiles y los balances de los bancos. También hunde las doctrinas y las teorías más asentadas, pone en cuestion los modelos de crecimiento a la moda, destruye los ídolos. El ex presidente de la Reserva Federal américana, Alain Greenspan, es uno de esos ídolos. Los mercados le veneraban, los economistas le reverenciaban: los primeros porque les hizo ganar mucho dinero, los segundos porque le atribuyeron de buen grado la paternidad del milagro del crecimiento constatado en los últimos años en los EEUU.
La catástrofe de las subprimes le ha hecho perder mucho de su aura. El Sr. Greenspan aparece más bien como aquel cuya política laxista –es decir el mantenimiento de tasas de interés demasiado bajas- favoreció la formación de la gigantesca burbuja especulativa en el mercado del crédito, burbuja que acaba de explotar provocando inmensos daños. Daños económicos, y también heridas para el amor propio nacional. Instituciones como Citigroup o Merrill Lynch, que eran el orgullo de Wall Street, se vieron obligadas a solicitar fondos antes los fondos asiáticos o medio-orientales para no hundirse. Con el riesgo de perder su independencia y pasar bajo pabellón koweití o singapuriano. El proceso de la era Greenspan no hace sino comenzar.
El de su sucesor a la cabeza de la FED ya comenzó. Se le acusa de de haber tomado consciencia muy tardíamente de la gravedad de la situación, de haber tergiversado más de lo necesario antes de pasar a la acción, dejando propagarse el mal al punto de ser casi incurable. El Sr. Bernanke, que cuando asumió sus funciones se presentó como uno de los mejores analistas de los problemas monetarios, aparece hoy navegando a vista y de manera muy aproximativa. Las bellas teorías que debía poner en obra fueron postergadas hasta nuevo aviso.
La filosofía monetaria de la FED se resume en los hechos a resolver los apremios y a administrar en la urgencia -bajando muy fuertemente sus tasas- los destrozos provocados por el paso del ciclón de las subprimes. Y poco importa la inflación que se supone que la FED debe combatir. Esta última dio un salto espectacular, llegando a 4,1% en términos anuales al mes de diciembre del 2007, o sea su nivel más alto desde 1990. Pero para la Reserva Federal el peligro inflacionista no es nada comparado con el peligro de una grave recesión. La FED sigue traumatizada por la Gran Depresión de los años 1930.
Si ignora la inflación, el Sr. Bernanke se mete de buen grado en temas de política presupuestaria. El ha aportado un apoyo sin ambigüedad al plan de relance –muy keynesiano- presentado por George W. Bush. El apoyo de este republicano de corazón, a diez meses de la elección presidencial, atenta gravemente contra la independencia de la Reserva Federal.
El Banco Central Europeo no muestra mucha más coherencia ideológica. Si su presidente, Jean-Claude Trichet, continúa “ladrando” contra la inflación, ya nadie piensa seriamente que pueda… “morder”, es decir subir sus tasas de interés directrices, como había prometido hacerlo antes de la crisis de las subprimes. ¿Cuánto tiempo la credibilidad del BCE -incapaz de elegir entre el apoyo al crecimiento y la lucha contra la inflación-, podrá sobrevivir a este abismo creciente entre sus actos y sus declaraciones? Su bloqueo ideológico arriesga desvalorizarlo tan seguramente como sus palinodias a la FED.
VICTIMAS COLATERALES DE LA CRISIS
Los bancos centrales no son las únicas víctimas colaterales de la crisis de las subprimes. Los países que aparecían desde hace años como modelos de éxito económico también lo son. En la primera fila están los EEUU, el Reino Unido, o aun España, caracterizados por un crecimiento fuerte, una demanda interna dinámica, un desempleo bajo, presupuestos equilibrados. Los primeros están al borde de la recesión. El segundo acabad de conocer, con el desastre del banco Northern Rock, un pánico de los ahorrantes como no había conocido desde los años 1930. Y las desgracias por venir a la City, en donde se esperan miles de supresiones de empleos, podrían gravar pesadamente los resultados económicos del país.
Con relación a España, cuyo éxito reposaba en lo esencial en el dinamismo del sector de la construcción -la mitad del cemento europeo era utilizado del otro lado de los Pirineos, se teme lo peor. Varios promotores inmobiliarios están afectados seriamente, y crece la inquietud por la salud de los bancos hispánicos. Todo indica que la burbuja del crecimiento español está a punto de estallar, diga lo que diga el jefe del gobierno José Luis Zapatero, para quién su país “boga en un navío frente a las turbulencias”. Palabras tal vez imprudentes.
La crisis reciente puede mostrar que se trataba de “falsos modelos” que no convenía seguir, subraya Patrick Artus, director de estudios económicos de Natixis. “¿Que queda del dinamismo de estos países, una vez desaparecidos la expansión de los servicios financieros y de la construcción, que representaban 50 a 80% de la creación de empleos?” Según Artus, esta crisis podría hacer surgir nuevos modelos, de los países en los que el crecimiento es impulsado por factores estructurales durables como el alto nivel de la investigación/desarrollo (I+D) o de ganancias importantes de productividad. El Sr. Artus cita como candidatos al rango de top-modelos económicos a Suecia, Japón y Finlandia.
Francia no figura en la lista. No es seguro que nuestro país salga tan indemne de la derrota de las subprimes como la ministro de economía Christine Lagarde ha pretendido largo tiempo. Esta crisis financiera habrá demostrado, si fuese necesario, los límites del voluntarismo económico que defiende el presidente de la República, Nicolas Sarkozy. No sirve de gran cosa decir que se va a ir a buscar el crecimiento “con los dientes” cuando el sistema bancario mundial se desploma alrededor suyo. “Creo que hay que mantener mucha sangre fría ante las consecuencias de la crisis financiera que tiene lugar en los EEUU”, se contentó con declarar el jefe del Estado al día siguiente de la debacle que sufrió la Bolsa de París. Se le había conocido más habladorcito y mucho mejor inspirado.
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