18 ago 2008

El Chile que yo sueño

por Hervi Lara

Mahatma Gandhi dijo alguna vez que “lo más atroz de las cosas malas de la gente mala, es el silencio de la gente buena”. En otros términos, pareciera que lo peor del Chile de hoy es el individualismo que nos ha secado el espíritu y nos hemos quedado vacíos y carentes de sentido de la existencia.

El vacío espiritual es la causa profunda de la demagogia, del materialismo práctico, de la explotación económica, de la tiranía de las modas, de la irresponsabilidad periodística, etc... Son el dinero y el poder los supremos imperativos de nuestro universo. Pareciera que Chile se hubiera puesto como meta la conquista del mundo, sin darse cuenta que en dicha empresa ha ido perdiendo su alma, porque hoy no tenemos preguntas ni respuestas esenciales de nuestras vidas. Nos hemos convertido en un país espiritualmente débil y sumido en un materialismo vulgar y torpe. Muy pocos están dispuestos a dar la vida por sus ideales.

La mal llamada “modernización” ha fraccionado la realidad, distanciándonos de la trascendencia, de los demás hombres y de la realidad misma. Se ha perdido así el sentido de la existencia, porque hemos “dejado de ser” lo que somos. La inseguridad de “no ser”, de no tener identidad, ha conducido a la búsqueda del placer de la acumulación de fetiches. Parecemos ánforas rotas. Los animales se sacian con las cosas. Pero el hombre sólo se sacia con Infinito, porque tiene “sed de ilusiones infinitas”.

Todo apego a las cosas es frustrante, porque es apego a algo que no nos pertenece. Sólo cuando se experimenta la gratuidad de lo Infinito ya no se buscará una pseudo felicidad en las cosas. La felicidad está en nuestra interioridad y no en los bienes materiales. Las riquezas son disfraces. Nos rodeamos de cosas exteriores a nosotros mismos, para disimular la desnudez de nuestro ser. Falsedad y riqueza son sinónimos.

Hay un resplandor en la sencillez, que es el resplandor de lo real. Es el resplandor que tienen las cosas simples y sencillas (de barro, de paja, de tela burda, de madera sin pintar: lo basto, la áspero, lo tosco, lo rústico) constituye la autenticidad de las cosas. La falsedad de las riquezas y de lo “brilloso” consiste en que se confunde lo que uno tiene con lo que uno es. El que tiene más, cree que es más.

Las cosas que poseemos las consideramos como parte de nuestra propia persona y por eso la posesión de las cosas es una falsificación de nuestra persona. El rico cree que lo que tiene, eso es él. Un bosque o un prado los poseen los pájaros y los animales que lo disfrutan, la pareja de enamorados que pasea por allí o el hombre solitario que allí vive, y no la persona que posee un título de propiedad. Quien compra un campo y lo cerca, se desprende del resto de la naturaleza.

El dinero es tiranía, crueldad, soberbia, endiosamiento. El primer mandamiento del Decálogo, de no adorar ídolos, pareciera destinado sólo a pueblos primitivos. Pero el materialismo moderno es el mismo antiguo politeísmo y nunca habíamos tenido tantos ídolos como ahora. El automóvil, los astros del cine y del fútbol, los líderes políticos, una ideología: son ídolos modernos. Así como también lo son los ídolos de la propaganda comercial, los rostros de los dictadores, los dueños de las empresas transnacionales y sus “capataces” nacionales, las divinidades del terror y de la guerra, de la destrucción y de la muerte.

Al comprar una cosa, no por eso la poseo, porque la facultad de poseer está en lo más íntimo de nosotros, donde ninguna cosa exterior puede llegar. De allí la profunda insatisfacción de todos los que poseen cosas y que no pueden calmar nunca, por más cosas que posean.

Sólo se posee lo Infinito, porque es lo único que tiene acceso a nuestra interioridad. Sólo alcanzamos esta única y real felicidad estando dentro de nosotros mismos. Poseyendo lo Infinito, poseemos todo, porque lo Infinito posee todas las cosas. Pero para ello debemos renunciar a las cosas, al dinero, al prestigio, al poder.

Si no comprendemos esto, seguiremos siendo como pájaros enjaulados, golpeándonos contra las rejas de nuestra propia jaula. Necesitamos asumir el pensamiento y la experiencia de infinitud, para conocer la relación entre la esperanza y la desesperación; entre la vida, la muerte y la resurrección.

El dramaturgo Václav Havel, el 15 de octubre de 1989, semanas antes de acceder sorpresivamente a la presidencia de la entonces Checoeslovaquia, al recibir el Premio de la Paz de la Asociación de Libreros Alemanes, dijo: “De manera arrogante, el hombre comenzó a pensar que, como pináculo y señor de la creación, había alcanzado una comprensión absoluta de la naturaleza y podría hacer lo que quisiera con ella. Del mismo modo, se dijo que como poseedor de la razón era capaz de comprender íntegramente su historia, y por tanto, de planificar una vida de felicidad para todos. Esto le confería hasta el derecho, en nombre de un futuro supuestamente mejor –cuya clave única y exclusiva había encontrado-, de barrer de su camino a quienes no creyeran en su plan. Con arrogancia, dio en pensar que como era capaz de fisionar el átomo, había alcanzado tal perfección que ya no había peligro de rivalidades nucleares, menos aún de guerra atómica. En todos estos casos se equivocaba fatalmente. Eso es muy malo. Pero en todos ellos, comienza a darse cuenta de su error. Y eso es bueno”.

Por todo lo anterior, el Chile que yo sueño es el de personas que tienen una razón para vivir, para luchar y para morir. Ello se alcanzará cuando nos ayudemos a encontrarnos con nosotros mismos, porque en el interior de cada uno está la verdad. Debemos adentrarnos en nosotros mismos, porque “allí, en ese fondo, está el secreto de la resurrección. Hay que desenterrarlo”. (Octavio Paz, en la presentación del libro “Democracia: lo absoluto y lo relativo”, en el Foro de Oradores Príncipe de Asturias, España, diciembre de 1991). Quiero una patria que recupere al hombre del vacío interior en el que estamos, producto de la excesiva distancia entre ricos y pobres, situación enajenante para todos. Quiero una tierra con la explotación abolida, repartida la riqueza nacional, un país sin terror, ni pordioseros ni prostitución. No seremos libres mientras haya libertad de explotar a otros. No habrá libertad mientras haya clases sociales. No hemos nacido para ser peones ni patrones, sino para la solidaridad. El sistema imperante e impuesto por la fuerza no es otra cosa sino compra-venta de personas. Quiero un país en el que, sin temores ni venganzas, arranquemos los cercos de la injusticia, hasta que cada uno sea valorado no por lo que quita, sino por lo que da a los demás.

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