por Eduardo gutiérrez
Tengo la impresión que el debate en torno al aborto terapéutico no todo lo que se debiera decir se ha dicho.
De partida no se ha dicho en que consiste el cuestionamiento o aprobación moral del tema, su ligazón con la política y sus vínculos con la religión.
Si partimos del punto de vista de que la moral envuelva concepciones privadas de lo que es bueno o malo o lo que esta bien o mal hecho, entonces hay pocas posibilidades de que lleguemos a acuerdo entre quienes postulamos distintas ópticas sobre el tema del aborto. Habrá quienes desde su opción moral, la interrupción de la concepción, ya sea mediante condones (los más extremistas), prácticas abortivas o píldoras del día después, es matar una vida que estaba o esta por nacer. Es simple y puro asesinato. Contrario a su moral del No mataras de la religión judeo-cristiana. En este punto se tocan quienes están contra la pena de muerte por las mismas razones y quienes lo están por que le restan poder al Estado (órgano que debiera velar por el bien común) el derecho a matar para castigar o sancionar un delito grave.
Por el contrario, hay quienes desde el punto de vista de la moral, asumen que una vida intrauterina es una vida que esta por nacer, que puede convertirse en ser humano por el acto del nacimiento y cuyo desarrollo puede ser interrumpido, ya sea por decisión individual de la mujer o de la pareja. En este caso las legislaciones establecen los primeros tres meses de embarazo por la fecha tope para hacer el procedimiento médico.
No hay posibilidad de acuerdo entre una y otra visión moral.
El tema se resuelve en los países donde se ha legislado y legalizado el aborto al igual que en la ley de divorcio. Nadie esta obligado a abortar o divorciarse en contra de su voluntad. Pero la ley autoriza a quien quiere hacerlo.
El tema pasa a ser un tema político. En el caso del divorcio, las miles de complicaciones que obligan al estado a legislar sobre una situación de hecho (las separaciones o las antiguas nulidades). En el caso del aborto los más de 180 mil abortos hechos anualmente en Chile que, hechos en clínicas privadas bajo distintos diagnósticos o en clínicas abortivas no autorizadas con el consiguiente riesgo en salud burlan una ley que sanciona el aborto. Se transforma así en un tema de salud pública. Pero también en un tema de discriminación. Quien tiene recursos económicos va sin problemas a una Clínica privada, donde bajo diagnósticos falsos se realiza el procedimiento abortivo.
El aspecto que menos de debate en forma trasparente es el tema religioso. Indudablemente ligado a una u otra concepción de la moral.
Quienes cuestionan el condón, el aborto terapéutico, la píldora del día después o lisa y llanamente el aborto a voluntad, lo hacen llevados por la idea de hay una decisión divina en todo acto supremo del ser humano como el desarrollo de la especie y la vida misma.
¿Por qué el ser humano va a interferir en la decisión divina de que un óvulo y un espermio den origen a un nuevo ser humano? O, ¿es que acaso alguien niega que esto sean efectivamente decisión divina? O, ¿es que acaso el matrimonio religioso no tiene como finalidad igual compromiso divino (más allá que muchos se casen por la iglesia por tradición) y, el casados “hasta que la muerte los separe” o “lo que ha unido Dios no lo separe el hombre”, no va en la misma línea de conducta?
Si con la ley de divorcio (que estuvo 12 años durmiendo en el Parlamento) y con la despenalización del adulterio la Iglesia ha perdido terreno en su rol de conciencia universal, una reposición del aborto terapéutico sería una escalón más en esa pérdida de tuición moral. Desde este punto de vista la no reposición del aborto terapéutico (aprobado en el Gobierno de Frei Montalva y anulado en la época de la dictadura militar), por razones de la moral católica nos acercaría más a asumir entonces también el origen divino de otro orden de decisiones.
Si la decisión sobre la vida, la concepción o la muerte es de origen divino, por qué no pensar entonces que las políticas que lleven a cualquiera de esos derroteros también debieran estar bajo la tuición de la moral católica.
Tal razonamiento, para ser coherentes, nos debiera llevar a incluir en las futuras constituciones que la religión oficial del país es la “católica apostólica y romana” como rezaba la constitución de 1833, o lisa y llanamente a asumir que también todo acto político tiene o debe tener un origen divino los que nos llevaría de vuelta ya no a principios del siglo XIX sino a las ideas absolutistas de la baja Edad Media o a visiones teocráticas del siglo XXI que todos vemos anacrónicas con el esfuerzo modernizador del país.
Eduardo Gutiérrez G.
CC del PS de Chile
Marzo de 2009
24 mar 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)





No hay comentarios:
Publicar un comentario