3 mar 2008

Paradoja

por Luis Casado

No es una paradoja menor la que queda en evidencia al constatar que en un país tan “exitoso” en el área económica como Chile, la superestructura política esté tan a mal traer.

Aceptemos por un momento el discurso oficial a propósito de la “economía blindada”, de la “casa bien ordenada”, del “navío bien estibado”, de “la desaparición de la pobreza” y otras celebraciones de carnaval.

Olvidemos por un instante la indigencia de la calidad de la educación, el sahumerio de corrupción generalizada, los salarios miserables que horrorizan a la iglesia, una distribución del ingreso que sigue tan regresiva como bajo la dictadura, un gobierno que, -cuando no las organiza-, corre detrás de las catástrofes en vez de prevenirlas, y otras falencias propias del tercer mundo.

Para examinar este aspecto de la sociedad chilena: el desorden, la inanidad y el desprestigio de la acción política.

¿Es necesario demostrar que los partidos que “operan” en Chile, que sus alianzas y coaliciones viven una lamentable crisis permanente? ¿Haría falta demostrar la ausencia de perspectivas? ¿La inexistencia de un gran proyecto nacional que tome en cuenta al pueblo de Chile?

Durante dieciocho años el temerle a los militares ha ejercido el papel de sustituto de la necesaria audacia política que pudiese osar el cambio, la transformació n.

Los partidos políticos, -sin distinción-, adoptaron como quehacer esencial el mantener a la ciudadanía alejada de lo que le concierne.

Para acostumbrarla a una institucionalidad defecada en dictadura, institucionalidad que perdura incólume y que asegura la tan ansiada “gobernabilidad” que ejerce, con poca o ninguna autoridad, la triste mediocracia que maneja la manija.

Quienes avivan esta cueca lamentable acusan a quienes osan pensar en modo diferente de mantener “el anodino disgusto por las nuevas formas de hacer política” como dice un joven (?) socialista, o de utilizar “una excusa para no abordar el desafío de entregar una buena oferta” (sic), como pretende un socialista algo mayor.

Estas novedosas formas de hacer política, -que conviene presentar como un “ofertón”-, se han traducido en hacer la vista gorda ante las vergonzosas privatizaciones practicadas en dictadura (el pillaje del patrimonio público), o ante la sucesión de estafas cometidas por altos cargos en nombre de la “eficiencia del modelo”, o aún ante el robo de los dineros destinados a la generación de empleo o a lo que queda de educación. Para no mencionar la larga lista de “ilícitos” que han provocado innumerables “formalizaciones” y otras tantas comidas de desagravio, y enviado uno que otro ministro a chirona suscitando las correspondientes visitas a Capuchinos para prevenir alguna molesta infidencia. Y millones de ciudadanos pateando las calles en busca de un autobús.

¿Donde está la novedad?

Una crisis soterrada, -que se traduce en modo intermitente por la crisis de los pinguinos, los movimientos sociales de los subcontratados, o las protestas del pueblo mapuche-, señala que el volcán acumula presión ante la indiferencia de la costra política transversal más preocupada por mantener el statu quo que por abrir válvulas de escape o vías de solución.

Ninguna organización política, oficial o discriminada, asume como suya esa tarea, la pesada tarea de interpretar los movimientos telúricos generados por la injusticia social y económica, por la creciente y cada vez más insoportable deuda privada de los hogares chilenos, por la estafa institucional de la educación al fiado, por los remedos de caridad pública traducidos en un gasto social más destinado a acallar las voces que protestan que a resolver la iniquidad de un sistema condenado a evolucionar.

Y como ninguna organización política se hace eco del clamor, el clamor termina por manifestarse en toda la superestructura política.

Allí se origina la delicuescencia de la superestructura política chilena. Eso explica la paradoja, la contradicción esencial en que vive la sociedad chilena.

La cuestión ha sido abordada en diferentes instancias de reflexión, como el Congreso ideológico de la DC, o una iglesia cuya cercanía al pueblo, al ciudadano de a pie, no tiene parangón.

Lamentablemente, esos raros momentos de lucidez no han sido de entidad tal que logren conmover la “arrogante exuberancia” de los dogmáticos partidarios del mercado y del statu quo.

Un gobierno en el que la DC, o Pérez Yoma (¿es lo mismo?), ejerce una notable, -para no decir determinante- , influencia, no parece inclinada a poner en ejecución las ideas aprobadas recientemente en el citado Congreso ideológico.

Por su parte, el otro eje de la coalición, los socialistas, o para ser precisos el sector que controla su aparato, parece más decidido a manipular los emplastos de mostaza y a recurrir a triquiñelas de “oficina” para ganar su propio Congreso, que a abrirle las puertas a un debate que pudiese construir una alternativa razonable y creíble.

Y es que el poder, el verdadero poder, no reposa en las abiertas estructuras formales de los partidos políticos -o en sus coaliciones- , sino en la disimulada costra transversal que comparte intereses materiales, políticos, ideológicos, económicos y financieros.

Los problemas del país, o sea los problemas del pueblo de Chile, pueden esperar. Hoy por hoy la costra transversal tiene cosas más importantes que hacer, como dirimir quién, de los gemelos monocigóticos de placenta compartida, Lagos o Insulza, Insulza o Lagos, podrá asegurarle otro período de vacas gordas. O si para ello conviene dejarle el “último” a un(a) democratacristiano( a). O abrirle camino a una coalición más novedosa aun, en la que los “díscolos” o pretendidos tales, inclinen la balanza hacia uno u otro lado.

Si este análisis tiene pertinencia, si es efectivo que una crisis mayor se está gestando en el seno de la sociedad chilena, si la desagregación de la superestructura politica no es sino uno de los signos anunciadores de su próxima deflagración, si la peligrosa disociación constatada entre las organizaciones políticas y la ciudadanía no es sino el producto del estado de descomposició n de la elite gobernante, ¿qué sentido, qué interés tiene participar en lo que se ha ido transformando gradualmente en murgas al servicio del organillero de turno?

Las crisis suelen tener aspectos positivos y aspectos negativos. Entre los primeros se cuenta la facultad de generar, en tiempos acelerados, los líderes y las organizaciones capaces de conducir los destinos de las naciones hacia un futuro mejor.

Cuando tal eventualidad no acontece, la implosión de la sociedad trae consigo períodos penosos en los que cualquier aventurero, demagogo o populista piensa encontrar el terreno abonado para jugar su baza.

Puede que Chile no esté tan lejos de una situación de este tipo. Y el peligro es tanto más grande cuanto que la costra transversal que maneja la manija ha probado ser inapta e inepta.

Y quienes intentan abrir alternativas, prudentes en exceso.

Luis CASADO.
Miembro del Comité Central del Partido Socialista de Chile

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