Santiago Escobar S. (Primera Piedra)
Quizás Juan Bustos Ramírez sea el militante socialista cuya muerte haya merecido la mayor cantidad de reconocimiento público en la historia de nuestro país. Incluso más que el Presidente Allende, a quien la dictadura obligó a sepultarlo casi de manera anónima, y debió esperar la vuelta de la democracia para obtener en su país el reconocimiento universal que ya la historia le había entregado.
Felizmente con Juan Bustos ha sido diferente. Finalmente, y con merecida justicia,
hemos podido arrancarle a la exclusión histórica que ha exhibido nuestro país con todo.
Para mí el momento más emotivo de su despedida ocurrió cuando su hijo mayor Juan Pablo recordó su origen, hijo único de una madre soltera, costurera, en la Plaza Brasil. Y la familia, reunida en torno al féretro, al escucharlo se llenó de orgullo. De manera imperceptible pero potente hizo brotar en la consciencia y memoria de todos nosotros,la razón de tanta lucha en la vida de Juan.
Su hijo nos recordó el significado profundo de todo ese homenaje. Y el porqué un hombre de tanto reconocimiento podía revestirse de toda la sencillez del mundo para asumir la política como un aliento de su alma. Reflejando una pasión que creo, espero no equivocarme, aún debiera latir en el amplio mundo del socialismo chileno. El era hijo de su propio talento y esfuerzo, pero además de la educación pública. Aquella posible en una sociedad quizás más atrasada que la actual pero mucho más igualitaria que esta. El orgulloso recordatorio que nos hizo su hijo durante la homilía, era la proyección de Juan en su familia, para que tuviéramos efectivamente su testimonio.
Todavía lo recuerdo, hace pocos años atrás, recogido sobre el cajón de su madre pocos instantes antes de darle sepultura, en un último, silencioso y entrañable diálogo de despedida. Solo. Porque aunque Juan tenía como pocos el don de la amistad, conservaba una cierta sutileza, reserva y timidez del hijo único. Aunque tenía una de las familias más bellas y espontáneas que he conocido. Instantes antes de ese hecho, su hijo menor Ignacio, entonces de unos 8 años, le había cantado a su abuela una sencilla balada como si el acto no fuera un momento doloroso sino una fiesta. Esa era también una virtud de Juan, de que las cosas difíciles fueran más sencillas de lo que uno pensaba.
Lo dije en otra parte, es muy duro y difícil despedir a un amigo entrañable. Y dije también que no se me ocurría otra palabra para describirlo que dignidad. Deseo sin embargo insistir en algo que nunca terminaremos de aquilatar suficientemente. Su austeridad frente al uso del poder político. Digo esto porque en un país de una profunda matriz autoritaria, donde compañeros y adversarios se han acostumbrado a maltratar a la gente, Juan fue una excepción. Muchas veces prefería pasar por blando antes que usar su poder político. Porque siempre creyó que la política era dialógica, y estaba gobernada por la razón.
En un país donde el éxito material, la ostentación del poder, el maltrato y el abuso se han transformado en el pan de todos los días; donde las desigualdades han aumentado la brecha de la desesperanza, no cien, sino mil veces; donde la desconfianza es el disolvente cotidiano de la política, la imagen de Juan Bustos Ramírez, su vida y obra, son un ejemplo que debieran alentarnos en la construcción de una sociedad más decente, igualitaria y justa.
11 ago 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario