Gonzalo Martner,economista, doctor de la Universidad de París, académico de la Universidad de Santiago.
Desde 2007 apareció la expresión "crisis subprime", que podría haber quedado para uso de los iniciados en la economía, cuya pobreza intelectual desde que predomina el simplismo neoliberal incluye la del uso abusivo de anglicismos, especialmente en Chile: ¿se habrá fijado el lector que ya no se dice "materias primas", sino "commodities" o "distribución" sino "retail", términos sin embargo perfectamente claros en castellano? Pero el derrumbe financiero en Estados Unidos consagró el uso amplio de la nueva expresión. No es para menos: bancos hipotecarios y compañías de seguro nacionalizados en el paraíso del libremercado; colapso de la banca de inversión de Wall Street; rescate de grandes bancos de depósito y compra pública de "activos tóxicos" de difícil recuperación a razón de 6% del PIB, con el congreso sometido al dilema de aprobar plenos poderes o asumir la paralización del crédito y la recesión generalizada de la mayor economía del mundo.
Vuelve a aparecer una evidencia incómoda para el pensamiento dominante: el capitalismo y las crisis financieras (bursátiles, cambiarias, bancarias) van de la mano. El valor de un activo financiero depende de la evaluación de un flujo de ingresos futuros de gran variabilidad. Y tomar riesgos con recursos propios o de los demás es la esencia del capitalismo, que ha demostrado ser el sistema económico más dinámico pero a la vez el más inestable, depredador y concentrador de ingresos. Así lo confirma la historia desde la crisis de las bulbas de tulipas de 1634 en Holanda, la de la South Sea Company de 1720 en Inglaterra, las ocho creadas por las guerras europeas entre 1713 y 1820 y así sucesivamente, incluyendo la gran depresión de 1929. El capitalismo entró en crisis muchas veces, como predijo Marx, pero fue capaz de recuperarse. E incluso de tener épocas de oro, como la de la posguerra, gracias a las ideas de Keynes para superar el equilibrio de subempleo. La crisis cambiaria en 1971 y el estancamiento con inflación de los años setenta fueron superados mediante la globalización acelerada. Las tecnologías de la información dieron vitalidad al capitalismo, con la innovación y la "destrucción creativa" de Schumpeter trasladando recursos hacia usos más productivos. Pero siempre con una piedra en el zapato: desde 1970, según Caprio y Klingebiel (2003), han ocurrido 117 crisis bancarias sistémicas en 93 países. La liberalización interna aumenta la probabilidad de una crisis bancaria, la que aumenta todavía más con liberalización financiera externa.
Estados Unidos vivió hasta 2007 un período de prosperidad, acompañado de un ahorro mundial en expansión y energía barata. Pero se preparaba la crisis, con préstamos hipotecarios sin control a millones de hogares de ingresos inestables y una política monetaria laxa. La banca diluyó el riesgo en títulos que mezclan activos de distinto riesgo. Los fondos especulativos de cobertura se multiplicaron. Esta mezcla explosiva estalló al aumentar los impagos hipotecarios, caer el precio de las viviendas y emerger un déficit de capitalización bancaria.
¿Y cómo estamos por casa? Para empezar, con fuertes pérdidas de los fondos de pensiones y una incertidumbre generalizada sobre el valor de las pensiones futuras. Esto no se quiso corregir en la reforma reciente, que introdujo en el peor momento mayores márgenes de inversión de los fondos fuera de Chile en vez de mayor seguridad mediante la vieja pero imperturbable receta bismarckiana de basar una parte de las pensiones en el reparto intergeneracional. Se supone que nuestra supervisión bancaria es suficiente: crucemos los dedos. Mientras, muchos chilenos adhieren a la opción de Sebastián Piñera, que ha hecho su fortuna con los mismos métodos especulativos que provocaron la debacle actual, sin nunca dirigir una empresa productiva, y que ha sido multado por obtener ganancias indebidas. Todo un caso de moral pública a disposición de los ciudadanos. Sus seguidores harían bien en escuchar al presidente francés, Nicolas Sarkozy, que ha llamado a "sacar las conclusiones de la crisis para que no se reproduzca", sobre la base de la "ética del esfuerzo y del trabajo" y "regulando los sistemas de remuneración de los directivos y operadores financieros para acabar con los abusos", pues, concluye, "el laissez-faire se ha terminado, el mercado todopoderoso que siempre tiene razón, se ha terminado".
Gonzalo D. Martner
5 oct 2008
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