14 dic 2008

En Francia tengo un hermano…

Escribe Luis CASADO – 14 de diciembre 2008

Si pasas por Grenoble, esa ciudad incrustada en medio de las nevadas montañas de los Alpes, puede que veas en una de sus calles un enorme letrero de una sencillez bíblica: “Ets. CASADO”. Lo puso mi hermano Alan al crear el chiringuito con el cual se ganó la vida hasta su muerte: realizaciones de carpintería y cristales para edificios. Al mostrármelo se reía: “Lo que yo hago, me dijo, dura toda la vida. Para sacar ese letrero tendrán que destrozar el muro”. Aunque Alan dejó Grenoble hace largo tiempo, casi treinta años más tarde el letrero sigue allí.

Alan era obrero especializado. Altamente especializado. A tal punto que cuando la República decidió restaurar el Grand Palais en los Campos Elíseos, quién puso los miles de metros cuadrados de cristales que cubren el enorme monumento fue Alan y su equipo de obreros chilenos. Alan invitaba a los compañeros a encaramarse en el techo en obras, para ofrecerles la más espectacular vista de París que uno pueda imaginar.

Alan también se ocupaba del mantenimiento de las ventanas del Louvre. E instalaba cada año el gigantesco stand del Ministerio de Defensa de Francia en la manifestación aeronáutica más grande del mundo: el Salón de Le Bourget. Y restauró el Palacio de la Caisse des Dépôts et Consignations, al lado del Museo d’Orsay. Y muchas otras cosas, como reparar el tercer piso de la torre Eiffel, después de un incendio hace un par de años.

Todo esto nunca le impidió militar activamente en el Comunal Francia del partido socialista de Chile. Militante era Alan, desde la niñez, cuando a los seis años de edad salía a pegar carteles por Allende en las calles de San Fernando, carteles que fabricaba él mismo en hojas de cuaderno pintadas con acuarela.

A Alan el golpe de Estado lo pilló en Concepción, ciudad en la que debía encargarse de la defensa del gobierno popular. Lo pagó en la isla Quiriquina a la cual llegó nadando. Los milicos que le llevaron detenido le tiraron al mar junto a otros compañeros. “Cuando salían a flote les pegábamos con los remos” me contó muchos años más tarde un tal César, fotógrafo esbirro de la dictadura que en los años noventa oficiaba de lustrabotas de los micreros de la ciudad penquista. El esbirro César ignoraba que una de sus víctimas había sido mi hermano. Pero Alan sabía nadar. Aprendimos juntos en las torrentosas aguas del Tinguiririca, y no era un pijotero milico de mierda con golpecitos de remo mariconcitos el que iba a matar al gigante físico que era mi hermano.

Alan llegó a Francia porque el embajador de la República Francesa salvó a mi padre -recién salido de los campos de concentración-, llevándole a la embajada a la cual luego hizo entrar a los hijos perseguidos. El embajador sabía lo que hacía, Compagnon de la Liberation, hermano de combate del General De Gaulle contra los nazis.

En Francia Alan se dedicó a trabajar y, -como recuerda un mensaje recibido hoy-, a ayudar a quienes salían de prisión. Cuando Escalona le convocó para ir a formarse militarmente en la URSS, Alan no lo dudó un instante. Estuvo más de un año en Rusia, cumpliendo las órdenes del capitán Araya. El mismo que hoy no recuerda al combatiente, ocupado como está de su propio futuro y del impresentable Insulza.

Una vez hicieron saltar en paracaídas a los compañeros preparados para eso”, me contaba Alan. El único problema era que si él mismo estaba en el avión, nunca se había entrenado. Pero a la hora de saltar exigió hacerlo como los otros. Y saltó. Entrenándose le alcanzó el tiempo hasta para aprender el difícil idioma ruso. “Maia komnata”, explicaba riéndose cuando me contaba adonde invitaba a las muchachas rusas.

Socialista. Hasta los tuétanos.

Alan siempre criticó mi escritura que juzgaba lejana del lenguaje del proletariado. “Tienes que escribir para el pueblo” me decía. “Si no te entienden los nuestros, no sirve de nada”.

Alan asistió como delegado nuestro, del Comunal Francia, al Congreso Termal de Panimávida. Y tuvo la ocasión de clamar una vez más por el regreso a los principios partidarios. De reclamar por la traición a los principios que el socialismo escribió en letras de fuego el 19 de abril de 1933. Y se dio el lujo de arrojarle a la cara el epíteto de “cobarde” al Escalona que le envió a la URSS cuando el tal Escalona era “leninista”, ese que hoy se ha transformado en un mutante “insulzista”.

Alan y su esposa Nena habían decidido cumplir el sueño de todo exilado: regresar a Chile. No para vivir el resto de la vida, sino para comprometerse en el combate presidencial del 2009, apoyando a Jorge Arrate. La muerte, que uno presume reaccionaria, nos lo arrebató antes de llevar a cabo el sueño. Como me dijo Alejandro, uno nunca podrá evaluar el daño que hicieron los militares rastreros y sus inspiradores civiles a cientos de miles de chilenos.

Pero Alan no era hombre de lamentarse. Jamás se quejó de que la institucionalidad vigente nunca le reconociese su calidad de exonerado, de prisionero, de torturado, de exiliado. Solo quería continuar el combate.

Nos llevaremos sus cenizas a Chile para que descansen al lado del viejo. Nuestro viejo, ese que pagó en torturas al atrevimiento de querer justicia para todos.

Y si vienes a Francia, cuando pases por los Campos Elíseos, o si visitas el Museo del Louvre, o te acercas al Museo d’Orsay, o si aciertas a pasar por Grenoble y ves el letrero “Ets. CASADO”, comprenderás el título de esta nota que no escribo porque la lloro. Siempre, para siempre podré decir:


En Francia tengo un hermano…”

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